miércoles, 28 de noviembre de 2007

Ventrículos y aurículas...

"El juego del amor", con Morgan Freeman y Greg Kinnear, es una de esas películas amables que de vez en cuando encuentras y de la que sales con una especie de sentimiento de agrado hacía la especie humana que habitualmente no tienes. Es un poco bombón o pastelillo, agradable y efímero. Aunque luego, cuando la intentas analizar más en profundidad, te es difícil recordar nada especialmente llamativo y después de una semana ya te has olvidado de la mitad de la historia...


El comienzo viene a ser algo así: "Los dioses griegos estaban aburridos, así que inventaron a los hombres. Continuaban aburridos, e inventaron el amor. Ya no se aburrían, así que probaron el amor por ellos mismos. Y después inventaron la risa para poder superarlo...".


Es una bonita idea, demasiado simple, de lo bonito y sufrido que es el amor, y se usa para dar una imagen muy clara de lo que el espectador se va a encontrar: diferentes tipos de amor, distintas formas de amar, vida, dolor y risa. Y también algo de magia y destino, como en una buena tragedia griega.



Y la película avisa y da.


Hay amores entre padres e hijos, hay amores que duran desde hace tantos años que parece que duren siempre; amores que nacen y que mueren y amores más allá de la vida o la muerte.


Hay personajes que no saben ver el amor y se confunden constantemente y otros que han aprendido de sus errores e interpretan sin dificultad lo que tienen ante los ojos. Personajes que viven una vida que no es la que quieren vivir, y personajes que de repente encuentran la vida de sus sueños al lado de otro y la viven por encima de cualquier dificultad. Gente que vive sabiendo que su amor es lo más importante de su vida, y gente que lleva una vida con cinturón de seguridad (textualmente, "seat belt live") .




Pero el problema de la película es que pretende ver los casos posibles de amor en las vidas de un conjunto de personas, y se olvida de que las cosas no siempre acaban bien. Y no porque la película no muestre rupturas y engaños, malentendidos e incluso muerte, sino porque se interrelacionan los personajes de forma que se observan sus vidas unidas en un todo. Y se da una perspectiva tan buenista que al final ese todo acaba cuadrando y en su sitio exacto, casi como si alguien, controlando los hilos, hubiese dispuesto un resultado perfecto.


Esa amabilidad que uno puede llegar a agradecer cuando sale de la película, es lo que la hace más débil una vez que, con unos días de distanciamiento, se piensa en ella con más tranquilidad.


En cualquier caso, no deja de ser una película interesante y que puede dejar con un buen sabor de boca a cualquier paladar mínimamente sensible. Se plantean tantas situaciones distintas que es fácil sentirse identificado con algún personaje (incluso con varios o con diferentes a lo largo de la película). Y puede resultar muy agradecida si entras al cine esperando simplemente eso, un dulce agradable que no te haga pensar demasiado.



Pero si hay otras opciones llamativas, se puede dejar perfectamente para una noche tranquila ante el vídeo, o para dentro de unos añitos en cualquier cadena de TV.

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