Este viernes pasado fue el segundo cumpleaños de este blog. No se me pasó, ni se me olvidó felicitarle, pero la verdad es que no tuve tiempo de redactar nada para remarcar la fecha. Y hasta hoy no he podido ponerme.
El año pasado, para celebrarlo, escogí mis mejores posts del año y los agrupé en una etiqueta que permitía leerlos todos fácilmente. Escoger era mucho más difícil entonces, porque había mucho más entre lo que elegir, y porque posiblemente fue ese año cuando traté mis temas favoritos. Pero voy a intentar hacerlo de nuevo, escogiendo aunque sea un puñado de lo más interesante, lo más personal, lo que de verdad merece más la pena entre tanto relleno de música y cine:
Así pues, los elegidos de este año son:
Sentido del humor: 30-10-2008. Mi pequeña oda al sentido del humor de mi grupo de amigos. Y en definitiva, a ellos.
El muro: 21-11-2009. Correr el maratón es una experiencia que marca. Una de esas que nunca olvidas, menos aun cuando alguien realiza según que proezas.
Atila: 22-1-2009. Personas que son casi personajes, y que se recuerdan con cariño pese a que a su paso no volviera a crecer la hierba.
Miedo y Dolor: 16-2-2009. Una visión a la relación entre el miedo y la felicidad, la belleza y el dolor, acompañando a Punset.
Las confusiones del ser humano: 30-3-2009. Mi visión personal sobre el concepto de persona y el ser humano como centro de la ética.
Billar americano contra un único agujero: 6-4-2009. Buenos años y primeras experiencias. Un poco de humor para una situación traumática.
12-05-2009: 12-05-2009. Porque el corazón manda. Hay personas que parece que nunca han estado, otros nunca se van. Ésta tenía la peculiar capacidad de cumplir ambas frases.
El pequeño escritor que hay en mí: 9-9-2009. Una pequeña historia personal. Quizás no sea muy buena, pero soy yo, es mi infancia, son recuerdos que no quiero perder.
La mochila: 6-10-2009. Uno de los más recientes, pero también uno de los más complicados en realidad. La mochila sigue cargada de monedas, y pesa aun más.
Y con esta pequeña selección doy por concluida mi lista de este año.
Como veréis, son pocos, y son sobre todo los más personales. A ver si este año me trae más letras que el pasado y tengo más para el que venga.
Disfrutadlos a mi salud.
domingo, 18 de octubre de 2009
Cumpleaños feliz
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miércoles, 9 de septiembre de 2009
El pequeño escritor que hay en mí...
El otro día apareció por mi casa una de mis primeras obras literarias. Una de una época en la que yo no era más que un niño de unos 8 años con demasiada imaginación, una máquina de escribir y mucho tiempo libre.
Y es, sin duda, una obra controvertida, que causo cierta polémica en su momento en todo aquel que la tuvo en sus manos...
De pequeño fui un crío con muchas ganas de aprender. Mis hermanos son todos mayores que yo, con cierta distancia, y yo lo que más deseaba era hacer aquello que les veía hacer. Hasta donde recuerdo, estaba deseoso de entrar en el colegio, como ellos, y el día que por fin me toco pisar por primera vez las clases, no fue ni mucho menos traumático. Yo era un niño feliz que estaba en el mismo sitio que mis hermanos y que empezaba a participar de aquella rutina misteriosa que les veía ejecutar disciplinadamente a diario. Aunque al día siguiente no me apeteciera volver y contestara, al decirme mi madre que tenía que ir a clase, que ya había ido el día anterior, como si hubiese cumplido y al hacerlo hubiese descubierto que no era lo mío...
Pero aprendí pronto que tenía que ir a diario, y le cogí el gusto.
Lo siguiente que me apeteció imitar fue el leer. Evidentemente no lo tengo muy fresco en la memoria, pero recuerdo que en cuanto aprendí un poco sobre las letras, cual era cual y como se conjuntaban, me pasaba todo el día leyendo todo lo que caía en mis manos y podía interpretar. No me refiero a libros, aunque muchos infantiles cayeron, claro, sino anuncios, carteles publicitarios, eslóganes... Cualquier cosa que juntara una letra detrás de otra y me quedara a la vista. Y a los seis años no solo leía mis cuentos, sino que también los escribía, con la vieja y mágica máquina de escribir "Underwood" de la antigua tienda de mi abuelo, que habíamos heredado al fallecer él (y que, por cierto, aun anda por casa, aunque totalmente inutilizada).
Creo que fue un verano de aquella época, con seis años, cuando decidí que quería escribir un cuento largo. Algo parecido a los que me leía yo, no la típica redacción imaginativa de media página que te mandan hacer en el colegio. Y escribí mi primera "novela", que aun conservo en unos folios tan finos como el papel de fumar, y que también salían de los cuadernos de pedidos de mi abuelo.
Una "novela" que en realidad es una historia compuesta por 10 u 11 capítulos (no recuerdo exactamente), de una página o una página y cuarto de duración cada uno, y que, leída hoy, me sorprende por hasta que punto era capaz de concebir con aquella edad una historia con cierto sentido y continuidad, y por las pocas faltas de ortografía que tenía ya por entonces (exceptuando tildes, claro está).
Y por fin llegamos al cuentecito con el que comencé este post, y que creo que fue el último que escribí con aquella maravillosa máquina. Se trata, exactamente, del cuento del mono Yoli (que no sé porque se llamaba Yoli, que es nombre de mujer, pero puedo asegurar que se trataba de un macho). Lo que causo cierto revuelo al leerlo en mi casa fue que mi protagonista, en una retorcida historia de poco más de medio folio, toma la decisión de violar a la mona Juanita, para poder de esa manera concretar su amor por ella.
Evidentemente, yo no tenía mucha idea de lo que significaba la palabra violar, ni de sus implicaciones violentas y sexistas. De hecho, Yoli es descrito en la historia como un mono muy bueno. Pero el simple hecho de usar la palabra, oída seguramente en alguna crónica de sucesos, provocó cierta lógica preocupación en mis progenitores, que se temían que su joven hijo se estaba convirtiendo en una criatura algo siniestra...
Tras ser interrogado por las motivaciones del cuento, sobre lo que significaba, hasta que punto yo mismo entendía lo que había escrito y como lo interpretaba personalmente, se debieron quedar tranquilos. Pero el cuento quedó guardado en un bargueño donde siempre hemos guardado algunos tesoros, y ha ido cogiendo rigidez y color sepia a medida que ha ido acumulándose recuerdos sobre él.
Creo que aquel interrogatorio, y el comprender que había preocupado a la gente a mi alrededor, me afectaron un poco. Y ya no volví a escribir cuentos por el puro placer de escribir hasta que me hice mayor.
Aunque hoy en día los mantengo más ocultos, no sea que alguien se preocupe de verdad, que ya tengo edad para ser confinado en un manicomio...
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martes, 12 de mayo de 2009
12-05-2009
El día 12 de Mayo es un día muy señalado en mi calendario particular. Es el día en que me convertí en tío por primera vez, el cumpleaños de mi sobrina, una pequeñaja a la que quiero con locura. Y, desde que aquello sucedió hace exactamente 5 años, ha sido un día especialmente celebrado.
Hoy en cambio viene acompañado de una noticia que no por ser bastante temida desde hace mucho tiempo estaba suficientemente amortizada. Hoy ha muerto Antonio Vega, y a mí me deja un vacío especial.
Durante muchos años he coleccionado sus discos con gran dedicación, esperando cada nuevo LP como se espera que te toque la lotería: sospechando que nunca va a llegar.
Y aunque también pasaba como con la lotería, que de vez en cuando llega en forma de un premio menor, nunca he dejado de admirar su capacidad creadora ni de confiar en que llegaría de nuevo con un premio gordo. Algún gran disco repleto de mejores canciones, como aquel "No me iré mañana" con el que comenzó su carrera en solitario y cuyo nombre hoy se clava más que nunca en el corazón. Uno que nunca llegó, aunque siempre dejara algún gran título en cada nueva grabación...
Pero me voy a tener que hacer a la idea de no volver a tener novedades suyas, y espero que se me pase pronto el sentimiento que me queda de haber desperdiciado sus últimos conciertos en Madrid, como dando por hecho que habría más. Porque el artista se ha ido, y ahora solo me quedarán sus discos y mis recuerdos.
Descanse en paz, Antonio Vega, allá donde esté...
Le echaré de menos.
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lunes, 6 de abril de 2009
Billar americano contra un único agujero.
Aquel año fue un gran año en mi casa. Tocó un buen premio en la lotería y la navidad se presentó casi con más regalos de los que había pedido en mis cartas más ambiciosas a los Reyes (bueno, como todos los niños de cierta edad me había llegado la hora de la República y ya no creía en los Reyes; pero los pedidos seguían ahí). Y las comidas navideñas resultaron más abundantes de lo habitual, que no es decir poco en un sitio donde se come tan poca mesura como mi humilde hogar.
El caso es que había pedido demasiado, como siempre, haciendo política de máximos para intentar quedarme satisfecho, pero me encontré con un sobre-stock de regalos impresionante. Hubo, siguiendo una tradición familiar, muchos clicks de esos que me permitían ponerle cuerpo a las historias de mi imaginación. También una caja con multitud de piezas de Tente, en su rama de barcos, que pronto se convirtieron en una preciosa flota llena con portaaviones y destructores incluidos. Un modernísimo Scalextric 4x4, que había salido hacía no mucho y era el no va más entre los niños de mi edad. Y un fantástico billar americano que, sin ser ni mucho menos de tamaño real, era lo suficientemente grande como para no caber en mi cuarto y se veía obligado a dormir en el pasillo, casi impidiendo el paso.
Con el paso de los meses se hizo patente que los clicks seguían siendo una magnífica opción, siempre baratos y socorridos. Los barcos de Tente dieron para muchas guerras navales, aunque dejaron de tener tanta gracia cuando se rompieron las hélices de los helicópteros y desaparecieron todos los aviones de guerra que incluía la caja. El flamante Scalextric terminó siendo lo menos empleado, sobre todo por lo cansado de su montaje y desmontaje. Pero el billar resistió mucho tiempo en pie, y me dio un montón de alegrías. Una vez dominado el juego, aprendí a realizar algunos trucos, y me dedicaba a buscar carambolas imposibles a un montón de bandas, solo por el gusto de conseguirlas.
Lo que ocurre es que todos nos hacemos mayores y, paradójicamente, aquel pobre billar iba pareciendo cada vez más pequeño. Casi solo me servía para hacer el cafre con sus tacos y divertirme golpeando entre sí con mucha fuerza sus bolas.
Y un día, en pleno ejercicio de cafrería, sucedió algo que casi supuso el fin de aquel pobre juguete ya medio olvidado. Estaba yo en pijama, uno de esos pijamas largos que tienen sisas muy amplias dejando mucho aire debajo, y no se me ocurrió nada mejor que intentar saltarme aquel taco. Por arriba, a horcajadas, como si jugase al churro...
El salto fue bueno, suficientemente alto. Pero el taco se enganchó con el pijama y el resultado fue que caí a plomo sobre el taco en punta. Por un par de centímetros no me ensarté de lleno en aquel palo de 1,35 m, lo que hubiese supuesto sin duda la perdida de mi virginidad anal. Pero lo que me llevé no dejó de ser doloroso, una fuerte herida que me produje cuando el peso de mi cuerpo cayó sobre el taco, rompiéndolo irremisiblemente.
Creo que cualquier posible flirteo con una homosexualidad, pasiva al menos, acabó en aquella traumática experiencia. Y mis años de jugador de billar también, pues luego al crecer comprendí que el tamaño de la mesa es decisivo, y que mi destreza con el taco no era más que una farsa.
La mesa dejó de tener ninguna utilidad y fue desguazada. Aunque el taco hermano de aquel aprendiz de violador debe andar todavía escondido en algún rincón de la casa.
Pero curiosamente recuerdo aquel juego de billar con mucho cariño, como esos amores juveniles que una vez te rompieron... ejem, el corazón... y luego pasado el tiempo recuerdas con felicidad por lo que llegaste a aprender...
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lunes, 30 de marzo de 2009
Las confusiones del ser humano.
Últimamente se habla mucho de lo que es el ser humano, otorgándosele un valor máximo y situándolo como el bien superior en la escala de valores a respetar. Se ha escogido una interpretación "maximalizada" del mismo para convertirlo en centro del espacio moral, y se está creando una atmósfera de defensa de los derechos humanos basada en ello que tiende a crear polos morales entre lo aceptable e inaceptable, como si todo estuviese perfectamente claro. Y, siguiendo ese razonamiento, se definen como opuestos al bien actos como el aborto, el empleo de células madre embrionarias o la selección de embriones destinada a fines curativos, pues de una forma u otra acaban con "seres" o "entidades" humanas.
Desde mi punto de vista, esto es bastante problemático, pues nos lleva a una falsa disyuntiva moral en la que se pretende hacernos escoger un determinado camino si pretendemos obrar bien. Pero se hace partiendo de lo que para mí es una interpretación inicial errónea, que es esa visión tan máxima del ser humano, con algunas raíces en una mala interpretación lingüística.Es difícil discutirle a nadie que una célula embrionaria de la especie humana sea un ser humano, pues no hay más que recurrir al diccionario para darse cuenta de que esa célula es efectivamente un ser y que, dada su naturaleza, es humana.
También es difícil discutir que sea vida humana, exactamente por lo mismo. Indudablemente, esta viva, y es humana.
Pero también es contraintuitivo y muy difícil asumir que ese conjunto de células hayan de tener una consideración plena a nivel moral, como la puedes tener tú que me lees o yo que escribo, y personalmente lo discuto. Pues de hecho, con el mismo razonamiento, una célula dérmica es también un ser humano y no dejo de destruir alguna involuntariamente al rascarme. Y al hacerme un análisis de sangre mueren miles de seres humanos de una forma totalmente voluntaria.
Es por tanto fácil darse cuenta de que una simple interpretación de diccionario no constituye una buena forma de analizar el problema moral, y nos conduce a visiones nada realistas y profundamente demagógicas.El verdadero dilema, ni mucho menos resuelto, surge en lo que debemos situar como la base de ese estudio moral. Y no está resuelto porque, si bien podríamos convenir en situarlo en el concepto de persona (dejando al margen corrientes biocentristas y sensocentristas), es este mismo concepto el que queda profundamente indefinido por sus diferentes interpretaciones filosóficas.
De hecho, según quién observe el concepto, se puede pasar desde considerar persona al recién formado cigoto hasta a negar tal consideración a un ser humano con retraso mental. Todo ello con posturas muy razonadas y hasta cierto punto lógicas y coherentes.
Recomiendo a todos los lectores curiosos que profundicen en ese análisis del concepto de persona para darse cuenta de hasta que punto es un problema complejo y para que, a lo mejor, lleguen a conclusiones que les permitan asentar sus convicciones o alcanzar otras nuevas.
Mi pretensión con este post no es dar mi propia opinión, que tengo y ya he ido emitiendo en otros posts a lo largo de la trayectoria de este blog, sino intentar que la gente que me lee vea, como yo, la disgresión hacia la que se enfoca a veces el debate.
Os encontraréis muchas veces con análisis del tema que intentan simplificarlo al máximo, llevándolo hacia extremos de abstracción tales que la verdad que se pueda obtener no tenga nada que ver con la realidad que podemos experimentar. Mi única recomendación es que, para no caer en idealismos demasiado alejados de la realidad, no dejéis nunca de comparar el avance de esas abstracciones con vuestra vivencia, y con las vivencias de aquellos que conozcáis. Porque las ideas pueden ser muy frías y las conclusiones sacadas de ellas absolutamente contraintuitivas respecto a nuestra forma de sentir las cosas, nuestra forma de ser.
Disculpad el consejo, no suelo darlos. Pero es que últimamente este tema me pone un poco nervioso, necesitaba soltarlo.
Saludos.
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lunes, 16 de febrero de 2009
Miedo y dolor...
Acabo de ver una entrevista con Punset en la que ha dicho algo así como que "la felicidad es la ausencia del miedo", y me ha gustado la frase.
La he buscado por internet para ver si la encontraba completa y me encuentro con un blog que le cita textualmente, y lo que dice exactamente la frase es:
"La belleza es la ausencia de dolor de la misma manera que la felicidad es la ausencia del miedo. Somos lo que somos en gran parte, porque la belleza es un predictor excelso de la salud, nos da la medida de cómo estamos." (Eduardo Punset)
Y veo en ese mismo blog como casi todo el mundo está de acuerdo con Punset en la parte de la frase que recordaba, mientras casi nadie cree que la belleza sea ausencia de dolor...
Pero es normal. Lo de que la felicidad es ausencia de miedo es algo que todo el mundo interioriza en algún momento, al crecer, al ser consciente de lo que le rodea, al madurar y conocerse bien aceptando sus miedos y fortalezas. Es algo que está en un ámbito más psicológico, emocional, es algo que todos vivimos.
En cambio la referencia al dolor y la belleza es mucho más técnica, científica, y solo se comprende con un contexto muy amplio que no está sobreentendido por las vivencias de las personas. Es una frase con profundas implicaciones biológicas, y aunque la última parte de la cita quiere explicarla, se queda demasiado a medias.
A lo que se refiere Punset, y que ha explicado más en profundidad en la entrevista, es a que en la evolución del ser humano, la selección natural, que nos ha hecho llegar a ser lo que somos, se ha basado mucho en reconocer en la posible pareja aquello que nos hace sobrevivir mejor. Sostiene que los más sanos, aquellos con mejores aptitudes para mantenerse vivos, son los que han tenido más éxito biológico.
Y ese proceso tiene una traducción en el exterior. Aquellos cuyo organismo tiene un mejor funcionamiento son más armoniosos, textualmente más simétricos (esto podría tener profundas bases embriológicas que no voy a explicar, pero lo daremos por válido). Y esa simetría es la que nuestro cerebro está preparado para identificar como bello.
Es una afirmación un tanto arriesgada, pues la vida humana es tan compleja gracias a nuestra conciencia, que suponer que uno sobrevive mejor por tener mejor salud es suponer demasiado. Como decía un profesor mío de Antropología, en la verdadera selección natural no sobreviven los mejores sino simplemente los que sobreviven, que por eso acaban siendo los mejores.
Y en ese sentido, en el caso del ser humano, tan longevo que su periodo reproductor acaba antes que su vida, esa necesidad de salud no parece tan obvia: el que vive más no es mejor.
Pero además, porque somos humanos y nuestra conciencia y capacidades cognitivas son aspectos tan importantes, nos fijamos en otras cosas que no son únicamente la belleza, ese supuesto reflejo exterior de nuestra buena salud. Y el mundo está lleno de feos inteligentísimos e ingeniosísimos que no tienen dificultades para encontrar pareja.
Yo no estoy de acuerdo con Punset, aunque no le voy a negar cierta razón.
Sobre todo en el asunto de la relación entre la simetría y la identificación instintiva de la belleza, de la que existen estudios bastante contrastados. Y en que es posible que una gran simetría externa pueda ser reflejo de un buen funcionamiento del organismo (por lo menos en cuanto a su funcionamiento interno, sin tener en cuenta organismos patógenos).
Pero no estoy tan seguro cuando se trata de relacionar dolor y belleza.
Pues aunque se basa en inferir el dolor de la falta de salud, el término dolor es demasiado amplio como para ceñirlo así, y el termino belleza en cambio se escapa de la mera percepción de salud.
En cambio, no puedo estar más de acuerdo con Punset en la relación entre el miedo y la felicidad. Y aunque sea una simplificación excesiva, casi diría que a medida que me hago mayor soy más feliz en tanto en cuanto pierdo miedos, y más infeliz según aparecen otros nuevos.
Y me parece un concepto tan puro y bello que no creo que me haga ningún daño aceptarlo, sin ningún miedo...
Nos vemos...
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jueves, 22 de enero de 2009
Atila.
Se llamaba Clotilde, aunque por su forma de trabajar podría haberse llamado Atila y a nadie le habría sorprendido que a su paso no volviera a crecer nada. Y no porque fuera esparciendo sal, no, no le hacía falta. Simplemente era tan virtuosa en su proceso de destrucción que muy poco escapaba a su arte...
No recuerdo bien como llegó a mi casa, quién la recomendaría o qué miembro de mi familia la encontraría. Simplemente sé que llegó y estuvo un par de años trabajando de asistenta, cuando mi madre tuvo ocasión de ponerse a trabajar, mis hermanos estaban todos en el instituto o la universidad y necesitábamos a alguien que ayudara con las tareas del hogar. Y si no menciono a mi padre en esta relación es porque, efectivamente, mi casa está algo chapada a la antigua, y esos asuntos no le corresponden. Aunque, además, él también trabajaba en aquella época.
De cuerpo pequeño pero robusto, era humilde y buena persona, inculta y demasiado impetuosa. Tenía el pelo muy rizado, de un color negro oscuro, la piel morena y cierta pinta de bruja de cuento, aunque era un pedazo de pan.
Ahora bien, a la hora de hacer limpieza lo hacía al modo de la mafia. Eliminaba todo lo que había que eliminar, pero también un montón de cosas que acababan como víctimas colaterales de sus esfuerzos, como si hubiese empleado la táctica de ametrallar a ráfagas al pasar con un coche.
Y, rompiera lo que rompiera, siempre parecía un accidente.
Hasta el punto de que, cuando se cargaba una figurilla o un cristal, cualquier elemento decorativo de los que le gustaba tener a mi madre, nunca desaparecían sin más. No, quedaban en su sitio, rotos pero en un equilibrio inestable que mantenía su forma original, hasta que cualquier miembro de la familia lo rozaba y la pequeña obra de ingeniería que ella había construido para sostener la pieza se desmoronaba. Lo cual, por otro lado, diluía las posibles responsabilidades del delito, claro...
Aparte de esa capacidad destructiva, lo cierto es que Clotilde trabajaba relativamente bien. Tenía sus defectos, como por ejemplo freír la carne en profundidad. Es decir, no demasiado hecha, sino en varios dedos de profundidad de aceite, lo cual le otorgaba sabores y texturas muy características... Pero lo cierto es que planchaba rápido y bien, mantenía la casa muy limpia y era de confianza con los dineros y las cosas de valor.
Ahora bien, el motivo por el que no olvidaré jamás a Clotilde es una frase mítica que pronunció el día que, oyendo la radio según hacía sus tareas, escuchamos que había fallecido Freddie Mercury. La noticia fue bastante explícita, indicando que había fallecido de SIDA, lo cual en aquellos días se relacionaba directa e ineludiblemente con la homosexualidad y las drogas. Y a la pobre mujer, afectada como estaba por aquel fatídico deceso, solo se le ocurrió decir:
- ¡Que pena! ¡Era tan varonil!
Ante lo cual lo único que se me vino a la mente fue una imagen parecida a ésta:
No sé que fue de Cloti una vez que se fue de casa. Espero que le fuera bien allí donde fuera, y que mejorara sus dotes de limpieza para mantener su efectividad sin sus destructivos efectos secundarios. Pero el otro día escuche algo en la radio y me acordé de ella, y no podía dejar de escribir este post.
Va por ella...
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viernes, 21 de noviembre de 2008
El muro.
Como ya comenté por aquí, el año pasado estuve unos días en Berlín, disfrutando de una ciudad que me parece maravillosa y llenándome de conocimientos maravillosos sobre la ciudad, sus museos, su historia. Fue un viaje increíble que prometo repetir.
Una de las cosas más visitadas y recordadas de Berlín es, incuestionablemente, el muro, esa franja de pared que separó el Berlín liberado de la Alemania Oriental que lo rodeaba. Y ese muro cayó en 1989, historia que podéis leer con mayor interés en la Wikipedia.
Pero hay otros muros que van cayendo día a día. Muros de los que solo aquellos que hayan corrido algún maratón saben de verdad, y que están tanto en nuestra cabeza como en nuestras piernas. Muros como el que derribó el pasado 28 de septiembre Haile Gebrselassie, al batir el récord del mundo de la distancia (42.195 metros), dejándolo en 2:03:58; también en Berlín, como si fuera una señal. Un tiempo que es algo así como una salvajada...
Hace unos años decidí, junto con un compañero de un equipo de fútbol sala en el que jugaba, hacer un maratón. Nos preparamos durante unos meses, y ambos conseguimos completarlo, si bien en tiempos muchísimo más discretos. Y aunque por aquel entonces yo ya conocía el concepto de "el muro" relacionado con el maratón, la verdad es que pude descubrir por mi mismo exactamente a que se refería.
Se conoce como el muro al punto kilométrico 30 del maratón. Bueno, más que al punto físico, a todo lo que se siente en él, lo que implica.
Es un momento crítico, porque es un punto en el que la distancia que resta es todavía muy larga, pero el cansancio acumulado hace una mella muy importante. Y es el muro porque, si estás sufriendo mucho y no estás bien preparado mentalmente, se transforma en un obstáculo insuperable. La retirada es casi segura.
Si alguno de vosotros ha participado en maratones o ha hecho carrera de larga distancia, sabrá a que me refiero. Hay momentos cuando uno sale a correr en que, si te puede el cansancio, hechas espuma por la boca y sientes que te vas a morir en el esfuerzo. Bueno, pues cuando uno es un corredor aficionado sin mucha preparación, esos momentos llegan seguro a lo largo de un maratón, es una distancia muy larga. Y solo si estás muy convencido de terminar la carrera consigues atravesar el muro.
En mi caso, mi complexión física no es muy propicia para el maratón. No soy muy alto, y no estoy gordo, pero tengo piernas muy fuertes, bastante recias después de muchos años de deporte y con una genética que ha hecho que mis gemelos sean especialmente rotundos. Para que os hagáis una idea, ahora que me acerco poco a poco a los 80 kilos, y midiendo algo más de 1,70, mantengo una apariencia bastante delgada.
Pero, para correr larga distancia, mucha musculatura es sinónimo de gasto de energía, y gasto de energía es agotamiento. Cuanto más ligero seas, mejor. Y si encima eres espigado, más mejor aun.
Aquel maratón yo cumplí la media maratón marcando casi como un reloj el ritmo al que nos habíamos entrenado. Lento, pausado, destinado a terminar la carrera más que a terminar con nosotros. Pero a medida que me aproximaba al kilómetro 30 mis piernas iban agotándose, y mi cuerpo me decía que algo iba mal. Y nada más cruzarlo tuve que pararme y decir adiós a mi compañero, porque estaban empezando a subírseme los músculos de las piernas.
Como cada 5 km había un puesto de atención y masaje, entré para que me relajaran las piernas e intentar así acabar la carrera, pero fue un error. Me enfrié, y para cuando salí, donde antes solo se me estaban montando algunas zonas del cuádriceps, ahora toda la pierna me decía que parara. Y tras un par de kilómetros más corriendo, tuve que empezar a andar, renqueante.
He de agradecer que había llevado una preparación psicológica bastante buena junto con mi amigo, y estábamos muy convencidos y decididos a completar el maratón, porque sino llega a ser por eso, me hubiese retirado. Los meses juntos imponiéndonos la disciplina del entrenamiento y conjurándonos para acabar nos habían forjado a fuego en la cabeza la vista de la meta .
Y por eso no me rendí. Y derribé el muro combinando pequeñas carreras en las que cada vez se me montaba un músculo diferente, y largos paseos en los que la musculatura se me relajaba lo suficiente como para seguir corriendo.
Al final terminé la carrera media hora después que mi amigo, pero con la satisfacción de haber hecho el último kilómetro a tope, olvidándome de mis dolores, para poder decir que había llegado a Neptuno corriendo.
Cuando hace dos meses Gebrselassie batió su récord, no pude evitar maravillarme, pues ese récord implica hacer cada kilómetro a un ritmo de 2:56 minutos, lo cual es tremendo (probad a correr a toda velocidad un solo kilómetro, a ver cuantos sois capaces de hacer esa marca. Y luego imaginaos haciéndolo 42,195 veces seguidas...).
Y tampoco pude evitar recordarlo todo de nuevo. Viviéndola, fue una experiencia terrible. Pero hoy lo recuerdo como algo muy positivo, de lo que aprendí mucho: cosas que te cuenta el sudor y el esfuerzo y en las que no siempre caes.
Así que después de ese récord, y aunque llegue con retraso, este post era casi casi obligatorio.
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jueves, 30 de octubre de 2008
Sentido del humor
Entré en el que reconozco como "mi" colegio, ese colegio que marcó en cierta forma mi vida y mi educación, a la edad de 8 años.
Hasta aquel momento, había asistido con mis hermanos al colegio al que había acudido mi madre, con el que ella mantenía una relación especial, y que se encontraba en un barrio de mucho dinero de Madrid, alejado de mi hogar, por lo que mis compañeros eran todos niños bien con casas estratosféricas.
Pero me llevo muchos años con mis hermanos, y aprovechando que todos cambiaban más o menos de ciclo y ya no iban a estar en ese colegio conmigo, me cambiaron a uno mucho más cercano de casa, también algo pijillo, pero nada en comparación.
Mi colegio es pequeño, aunque bien aprovechado. Y no sé como estarán ahora las cosas, pero era un extraño colegio de ideas izquierdosas metido con calzador en un barrio de clase media alta madrileño. Un local alquilado a una parroquia aunque dirigido lo más laicamente posible, con profesores que tenían ideas y educaban a su manera, buscando incentivos atractivos para los alumnos. Y con muchísima educación en valores, trabajando intensamente el respeto a los demás tanto como a uno mismo.
En ese ambiente conocí a los que aun hoy en día son el núcleo fuerte de mi grupo de amigos. Un conjunto de personas con los que llevo vividas mas de 2/3 partes de mi vida y con los que mantengo una relación casi familiar. Y un núcleo en el que se ha forjado nuestro sentido del humor, convirtiéndolo en una característica propia de cada uno de nosotros, hasta tal punto que lo reconocemos indudablemente y lo hemos bautizado, dándole el nombre de nuestro antiguo colegio.
Nuestro sentido del humor es característico hasta el punto de haber resultado incomprendidos en muchas ocasiones. Para gente con más picardía resulta en exceso naif, y para muchos es a veces demasiado absurdo y sin sentido como para tener gracia. De hecho, antaño, cuando nuestro grupo de amigos se juntaba con otros grupos, con eso de los apoyos gregarios y el no comprendernos de primeras, a veces resultábamos de difícil integración. Pero a la hora de tratar con individuos separados la verdad es que, poco a poco, hemos ido convirtiendo a la gente que se nos ha ido acercando, hasta el punto de que es difícil permanecer con nosotros durante unos días sin acabar entrando en el juego de nuestras gracias. Y como una de sus principales características es no resultar en absoluto ofensivo, a nadie le duele incorporarlo como propio.
Básicamente nuestro humor se basa en lo que se basa casi todo el humor, contextualizar y descontextualizar. Pero lo hemos llevado al extremo, y siempre manteniendo un alto grado de respeto por la gente que nos rodeaba, por lo que también suele resultar más surreal y absurdo que malicioso.
En sus inicios, cuando eramos unos casi preadolescentes, todo se basaba en juegos de palabras, que se convertían en otras para establecer chascarrillos. Pero eso llevó muy pronto a juegos más complicados en los que constantemente, entremezcladas en conversaciones absolutamente serias, se ofrecen combinaciones de palabras con varios posibles significados para que el interlocutor responda con su propio ingenio. Podemos sacar punta a las frases más ingenuas para darles totalmente la vuelta. Y lo cierto es que hemos desarrollado el arte hasta el punto de poder sacar de quicio las palabras de los demás y retorcerlas construyendo verdaderas historietas surrealistas que muchas veces no contienen más gracia que la que a nosotros nos ha producido crearlas.
Aunque claro, dentro de la endogamia que auna nuestro grupo, a todos nos parece gracioso...
Evidentemente, en el grupo hay individuos más ingeniosos y menos ingeniosos. El más ingenioso se dedica a ser humorista (lo cual en cierta forma es una especie de éxito colectivo) y en el otro extremo yo, por ejemplo, me desquito escribiendo mi blog. Pero quien más y quien menos tiene sus momentos de gloria, y todos sabemos entendernos cuando alguno hace algún juego de palabras o un doble sentido, por retorcido que resulte. Y es habitual que, al emplear uno especialmente revirado, haya personas de las que nos han disfrutado menos que no se enteren y necesiten que se les explique.
Por poner un ejemplo para que entendáis a que me refiero y os hagáis una idea más clara, os contaré una anécdota que vivimos en mi pasado viaje a Dublín de septiembre (y contaré algo que dije yo, para no poner en ridículo a nadie más). Estando de excursión, montados los siete viajeros en un coche, se me ocurrió decir que aquel pueblo al que íbamos lo habían llamado así cuando le preguntaron a su único habitante como se encontraba, y éste había respondido: "Débil, bajo...". Todos los que estaban allí entendieron el juego de palabras con solo decir aquello, excepto la novia de un amigo mío, que solo nos conoce desde hace un año y medio y, pese a ser una tía inteligente, aun le cuesta coger tonterías tan estúpidas. Y como la broma era mala se recogió con cierto silencio de indiferencia y asunción de la tontería, excepto ella, que le preguntó a su novio a cuento de qué había venido aquello.
El nombre del pueblo era "Wicklow". "Weak" + "low", débil y bajo, "Wicklow".
Una idiotez, por supuesto, pero una idiotez para cuya comprensión has de descomponer el nombre en inglés, transcribirlo fonéticamente, traducirlo al español y aplicarlo a lo contado.
Lo normal es que nadie se tome tantas molestias por una idiotez, pero lo cierto es que en mi grupo de amigos nuestros cerebros ya funcionan así, ese tipo de cosas nos salen solas. Y lo habitual es que si esa idiotez es buena produzca un montón de contestaciones idiotas que sean aun más retorcidas y acaben creando una realidad propia en la que un conjunto de leprechauns rosas se contoneen en un río bailando el "Macarena". Evidentemente mi idiotez no era tan buena...
Después de todo esto que os he contado hoy es más que probable que alguno empiece a creer que mi grupo de amigos y yo salimos de un colegio de estos de educación especial, y que de ahí ese tipo de humor con su nombre honorífico. Y no negaré que es un sentido del humor no solo diferente sino incluso distintivo.
Pero he de confesar que es algo de lo que sobre todo me siento orgulloso. No solo porque es un rasgo fundamental de un grupo de personas de las que me honra ser parte, sino porque además nos ha obligado a ejercer una flexibilidad a la hora de conversar entre nosotros que nos ha hecho bastante ágiles de mente. Y porque es el tipo de cosas que me hace desear estar con mis amigos cuando tengo ocasión.
Y a riesgo de ser demasiado endogámico e ignorar que todo grupo tiene sus claves y sus ritos que les convierte en algo especial, me quedo con mi sentido del humor y toda mi estupidez, si es con ellos con quienes los voy a disfrutar, y con el sentimiento de que, de verdad, es algo especial.
Hoy va por mis amigos, por los más viejos pero también por los más nuevos (como los recién casados de mi último viaje), incluso por los recién llegados (como el pequeño Marcos, que nació ayer). Nos vemos...
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oligoqueto
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