miércoles, 9 de septiembre de 2009

El pequeño escritor que hay en mí...

El otro día apareció por mi casa una de mis primeras obras literarias. Una de una época en la que yo no era más que un niño de unos 8 años con demasiada imaginación, una máquina de escribir y mucho tiempo libre.
Y es, sin duda, una obra controvertida, que causo cierta polémica en su momento en todo aquel que la tuvo en sus manos...

De pequeño fui un crío con muchas ganas de aprender. Mis hermanos son todos mayores que yo, con cierta distancia, y yo lo que más deseaba era hacer aquello que les veía hacer. Hasta donde recuerdo, estaba deseoso de entrar en el colegio, como ellos, y el día que por fin me toco pisar por primera vez las clases, no fue ni mucho menos traumático. Yo era un niño feliz que estaba en el mismo sitio que mis hermanos y que empezaba a participar de aquella rutina misteriosa que les veía ejecutar disciplinadamente a diario. Aunque al día siguiente no me apeteciera volver y contestara, al decirme mi madre que tenía que ir a clase, que ya había ido el día anterior, como si hubiese cumplido y al hacerlo hubiese descubierto que no era lo mío...
Pero aprendí pronto que tenía que ir a diario, y le cogí el gusto.

Lo siguiente que me apeteció imitar fue el leer. Evidentemente no lo tengo muy fresco en la memoria, pero recuerdo que en cuanto aprendí un poco sobre las letras, cual era cual y como se conjuntaban, me pasaba todo el día leyendo todo lo que caía en mis manos y podía interpretar. No me refiero a libros, aunque muchos infantiles cayeron, claro, sino anuncios, carteles publicitarios, eslóganes... Cualquier cosa que juntara una letra detrás de otra y me quedara a la vista. Y a los seis años no solo leía mis cuentos, sino que también los escribía, con la vieja y mágica máquina de escribir "Underwood" de la antigua tienda de mi abuelo, que habíamos heredado al fallecer él (y que, por cierto, aun anda por casa, aunque totalmente inutilizada).



Creo que fue un verano de aquella época, con seis años, cuando decidí que quería escribir un cuento largo. Algo parecido a los que me leía yo, no la típica redacción imaginativa de media página que te mandan hacer en el colegio. Y escribí mi primera "novela", que aun conservo en unos folios tan finos como el papel de fumar, y que también salían de los cuadernos de pedidos de mi abuelo.
Una "novela" que en realidad es una historia compuesta por 10 u 11 capítulos (no recuerdo exactamente), de una página o una página y cuarto de duración cada uno, y que, leída hoy, me sorprende por hasta que punto era capaz de concebir con aquella edad una historia con cierto sentido y continuidad, y por las pocas faltas de ortografía que tenía ya por entonces (exceptuando tildes, claro está).

Y por fin llegamos al cuentecito con el que comencé este post, y que creo que fue el último que escribí con aquella maravillosa máquina. Se trata, exactamente, del cuento del mono Yoli (que no sé porque se llamaba Yoli, que es nombre de mujer, pero puedo asegurar que se trataba de un macho). Lo que causo cierto revuelo al leerlo en mi casa fue que mi protagonista, en una retorcida historia de poco más de medio folio, toma la decisión de violar a la mona Juanita, para poder de esa manera concretar su amor por ella.
Evidentemente, yo no tenía mucha idea de lo que significaba la palabra violar, ni de sus implicaciones violentas y sexistas. De hecho, Yoli es descrito en la historia como un mono muy bueno. Pero el simple hecho de usar la palabra, oída seguramente en alguna crónica de sucesos, provocó cierta lógica preocupación en mis progenitores, que se temían que su joven hijo se estaba convirtiendo en una criatura algo siniestra...
Tras ser interrogado por las motivaciones del cuento, sobre lo que significaba, hasta que punto yo mismo entendía lo que había escrito y como lo interpretaba personalmente, se debieron quedar tranquilos. Pero el cuento quedó guardado en un bargueño donde siempre hemos guardado algunos tesoros, y ha ido cogiendo rigidez y color sepia a medida que ha ido acumulándose recuerdos sobre él.

Creo que aquel interrogatorio, y el comprender que había preocupado a la gente a mi alrededor, me afectaron un poco. Y ya no volví a escribir cuentos por el puro placer de escribir hasta que me hice mayor.
Aunque hoy en día los mantengo más ocultos, no sea que alguien se preocupe de verdad, que ya tengo edad para ser confinado en un manicomio...

4 comentarios:

Jove Kovic dijo...

Prometo que no te denunciaré a la policía psiquiátrica.
Saludos cuentistas.

Roberto Marchán dijo...

así que el mono yoli y la mona juanita, aha, mmm, ya me empiezan a cuadrar algunas cosas,...

me quedo con las ganas de leer el cuento en cuestión. en cualquier caso, hay que reconocerte el buen ojo para los nombres sugerentes, y me estoy acordando de otro personaje del que ya hablaste por aquí ;-P

un abrazo!

Cyllan dijo...

En estos momentos sólo puedo decirte una cosa: Haces muy bien en guardarte tus escritos, no sea que quien menos te lo esperes y quizá quien más debería apreciarlos los consideren dañinos, a pesar de toda la inocencia con la que tú los hayas compuesto.
Un beso Oli, escritor precoz.

oligoqueto dijo...

Jovekovic: Loco no, solo tenía imaginación.

Roberto: Me tendrás que recordar el personaje, porque el único que se me ocurre era real, no de cuento...
Igual le saco una fotocopia a los manuscritos originales para favorecer su conservación...

Cyllan: Las cosas que se escriben son armas de doble filo. Si no se interpretan bien, pueden dar quebraderos de cabeza, pese a lo buenas que fueran las intenciones originales.
Por eso no suelo sacar a la luz mi vena escritora (de ficcion, se entiende, la de bloguero es casi más periodística que de otro tipo), a mí me sirve de terapia, pero no tengo muy claro que sea ni de calidad ni fácilmente apreciable.