martes, 24 de junio de 2008

Cuestión de ritmo.

Hoy voy a comentar algo que se ha convertido para mí en una especie de obsesión:

La gestión de los tiempos en los actos propios.

Dicho así puede parecer una cosa muy abstracta, algo demasiado difuso como para convertirse en una cuestión obsesiva. Así que igual es mejor que me explique mejor.

Con el paso de los años cada vez me doy más cuenta de que la idoneidad de un acto, de cualquier cosa que se hace, no estriba tanto en la naturaleza del acto en si como en la conjugación de la susodicha naturaleza del acto con la selección temporal en la que se realiza; con el momento exacto en que se lleva a cabo y el contexto que la rodea.
Esto es así hasta el punto de que incluso sucede que un acto puede ser en su naturaleza muy imperfecto y, solo por una cuestión de selección del momento justo, convertirse en algo trascendente. Por lo que, de cara a la importancia de las cosas, he llegado a la conclusión de que casi resulta más interesante encontrar el momento en el que se deben hacer que la acción en si misma.

En definitiva, lo que vengo a decir es que por eso en muchísimas ocasiones da absolutamente igual lo que se haga o diga, que, si se escoge el momento oportuno, el éxito de la acción (entendiendo como tal el resultado deseado) estará asegurado.
Y la importancia real de lo que planteo (lo que me obsesiona en parte) estriba en que sospecho que lo que hace que unas personas sean más o menos exitosas (no observado como éxito social, sino personal) no está tanto en temas de capacidad real, sino en una destreza especial para encontrar los momentos adecuados. En una capacidad diferente para adecuar su vida al ritmo necesario en cada momento y en una visión casi inconsciente que les hace decir y hacer las cosas en el instante justo.

Habrá quien me diga que eso es inteligencia emocional, y que esa también es parte de la capacidad de las personas. Y tendrán razón. Aunque también es cierto que esa parte natural muchas veces es muy inconsciente, y la inteligencia emocional se trabaja. No es solo eso, es como si hubiese gente con una capacidad natural personal de ser lo suficientemente flexible como para sincronizar su metrónomo con los del resto (no dejéis de ver el vídeo).



Pero también creo que hay una buena parte de la selección del momento a la que me refiero que es totalmente casual, que no reside en la persona sino que está en lo que solemos llamar suerte. Me refiero a eso que nos pone en un sitio justo en el instante adecuado y que no depende de ninguna intuición intelectual. Lo que hace que exactamente la misma acción funcione en un caso y no en otro sin que el actor haya hecho ningún razonamiento sobre el resultado final...

Eso es para mí una cuestión de ritmo; de haber adecuado nuestro acto al momento de una forma inconsciente hasta llevarnos al éxito.

Y cada día observo más ejemplos que me hacen pensar que, al final, eso es lo que acaba definiéndonos personalmente, de una forma que no controlamos del todo, pero que es absolutamente decisiva.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabía reflexión...

Olendariwin dijo...

Interesante reflexion.. nunca lo habia pensado...

Luna Carmesi dijo...

Estamos hablando que hasta las casualidades y las improvisaciones, llamase cosas no planificadas, tienden a estar ordenadas por una cotidianidad...

Hmmm... Tema dificil de escribir y que te ha salido muy bien.

oligoqueto dijo...

Gracias a los tres por los comentarios. Hasta hoy no había podido contestar, pero los había leído.

Luna, hablo de la capacidad de escoger el momento justo. No quería implicar que hubiese por tanto un orden, pero releyéndolo y leyéndote, igual sí que es una conclusión plausible... y no me gusta nada la idea...