jueves, 2 de julio de 2009

Los políticos que no amaban a sus ciudadanos.

Aunque, como comenté en un post anterior, el título original de la primera novela de Stieg Larsson no es exactamente como nos lo han traducido en España, la verdad es que, para lo que quiero comentar hoy, me viene al pelo.
Hace ya un tiempo que ando un tanto hastiado del mundo político que nos ha tocado vivir. De todos ellos, de los "míos" y de los que me son ajenos, de los grandes, de los más pequeños y de los más periféricos, de los que son y no saben ser, de los que no son y desean ser más allá de como consigan serlo y de los que podrían ser pero no son más que un aire que siempre me olió muy mal... de todos ellos...

Nos están acostumbrando a que la política sea una guerra donde las ideas se pierden en el fragor de la batalla, donde lo único importante sea vencer sin importar lo que se dice u ofrece.

Los principales partidos se dan de tortas empleando para ello toda su maquinaria mediática asociada, con escándalos que vienen y van y que de tanto viajar ya ni siquiera influyen en las elecciones.
Cuando les interesa, nos hurtan los debates, para qué examinarse ante la opinión pública si resulta mejor manipularla a través de los periódicos amigos. Y cuando son incapaces de tomar decisiones importantes, globo sonda que va y viene para olisquear como respira el personal, no sea que la idea no resulte tan buena...
Cuando toca tomar una decisión complicada y susceptible de limar apoyo social, se hace siempre después de los comicios, para que no nos acordemos a la hora de emitir el voto. O si se trata de atacar al oponente, digamos que es el diablo en vez de ofrecer una medida política alternativa, no vaya a ser que al intentar ser constructivos nos ganemos la animadversión de algunos...
Da la sensación de que lo único que interesa es destruir al contrario, como si fuese un enemigo más que un simple opuesto, pasando por alto que en ocasiones tendrá tanta razón como uno mismo y que de lo que de verdad se trata, el motivo por el cual les pagamos, es de sacarnos a todos adelante, de hacer lo mejor posible para los ciudadanos.
Vamos, un asco.

Los pequeños y los periféricos, por otro lado, juegan demasiadas veces entre la sensatez y el categoricismo, ideológico o nacionalista. En muchas ocasiones ofrecen las mejores ideas en los asuntos más prácticos, pero también son los que se tiran al monte con más facilidad, defendiendo imposibles indefendibles, y perdiendo así mucha credibilidad. Se equivocan, como todos, pensando que se deben solo a los suyos, que están ahí para luchar hasta la extenuación por ideales irrealizables. Y a veces se enrocan en planteamientos innegociables para el resto, cuando quizás deberían pensar en avanzar poco a poco hacia el camino que pretenden.
Me jode mucho ver como se les desprecia cuando ofrecen buenos planteamientos, pero lo cierto es que la desmesura de otros hace que no resulten del todo confiables. Y es una lástima, porque lo cierto es que por lo general me parecen los menos culpables de este mal ambiente generalizado.
Aunque también es verdad que, cuando pretenden hacer palancas estratégicas basadas en la fuerza que tienen para constituir mayorías, se convierten en grupos ávidos de poder que pierden así buena parte de las razones que les sustentan.

Los que me huelen mal son, paradójicamente, a los que les deseo mejor fortuna.
Porque se les necesita mucho, aunque hayan hecho parte de su fuerza basándose en la negación categórica de conceptos que me parecen (dentro de unos límites) irrenunciables.
Porque sin ellos esto va camino de convertirse en un mundo polarizado donde el bipartidismo mal entendido nos haga olvidar que nuestros políticos tienen responsabilidades mucho más allá del color de sus ideas.
Y, sobre todo, porque hace falta un tercero capaz de mediar entre aquellos que creen que nuestras vidas son sólo su medio para alcanzar el objetivo del gobierno.
Aunque en principio no correspondan con mis propios planteamientos ideológicos, aunque sea de los que voto por ideas y no por personas, aunque dudo que les vaya a votar jamás, deseo que crezcan hasta ser un grupo con poder de decisión, pese a lo que ese mismo poder suele implicar.
Y pese, sobre todo, a que me huela que ese poder es lo que de verdad buscan sus dirigentes ("algo huele mal en Dinamarca")...

Quizás debería haber escrito este post hace unas semanas. O más, hace ya unos 15 meses; o dentro de un tiempo, antes de las próximas elecciones.
Pero la verdad es que da igual, es solo un eructo de hastío que necesitaba sacar y que al final, fuera de mí, va a servir lo mismo que si ni siquiera lo hubiera escrito. Solo me queda sentarme a esperar y ver como nuestra clase política sigue decepcionándonos, pasito a pasito, hasta que dejemos de creer en ellos e inventemos algo mejor.
Con suerte solo nos quedarán algunas generaciones de cansancio y desamor...

3 comentarios:

Cyllan dijo...

Un asco está hecho esto, tú lo has dicho. Y encima desahogarse aquí no nos sirve para nada, y en las urnas menos todavía. No hay nada bueno que elegir para la mayoría y se sigue votando a los dos rollos de siempre.

Jove Kovic dijo...

Como le decía no hace mucho a alguien: cada vez miro con más cariño a los anarquistas.
Las utopías son lo último que nos queda.
Saludos muy cordiales y desencantados ( también).

Roberto Marchán dijo...

una vez más, ese era el título de la traducción francesa. el original era algo así como "jetas o cansinos".