lunes, 24 de marzo de 2008

El Destino y la Semana Santa.

La Semana Santa, aunque tenga algo de herético decirlo y suene muy descreído poniéndolo aquí, tiene algo de maldito. Y tanto es así que, año tras año, se ha afianzado la costumbre de que el Destino la tome con ella, y nos depare justo en sus fechas la climatología mas adversa, haciendo que los pobres incautos que se toman unos días, sufran en sus carnes un verdadero camino de pasión.

Mi experiencia este año ha sido mejor que la de muchos otros que, planeando sus minivacaciones con tiempo, se arriesgaron a salir de casa confiando en encontrar un buen clima y buenas opciones para pasar unos días fuera, en la playa o en la montaña. Esos que se han ido y se han encontrado ventiscas y temporales, y se han pasado los días encerrados en sus habitaciones de hotel, o en el coche, yendo de pueblo en pueblo buscando quehaceres para agotar los días sin tener la sensación de haber malgastado sus vacaciones. Sin contar las horas de atascos en la carretera en la "operación salida" y en la "operación entrada", que posiblemente se llaman así porque soportarlas convalida el examen para los cuerpos de las fuerzas especiales.

Pero no ha dejado de ser un verdadero desastre.

Os cuento:
Como en mi caso resulta difícil hacer coincidir los periodos vacacionales con el resto de mis amigos, y como ellos tampoco tenían ningún plan fijo, decidimos marcar el sábado para hacer una pequeña excursión, preferiblemente a la montaña (a la laguna de Peñalara, en concreto), a hacer una ruta corta, comer, respirar... Y siendo previsores como somos, decidimos tener un plan alternativo para hacer en caso de que la climatología fuera adversa, y planteamos hacer turismo cultural e irnos a Segovia si el día salía malo.

El sábado por la mañana en Madrid hacía un sol esplendido. Frío, porque los vientos eran del norte, pero agradable. Y decidimos (¿porque no?, seamos un poco locos...) intentar la aventura de Peñalara.
Subimos por la vía larga, por la autovía, que da un rodeo en kilómetros, pero acaba siendo un ahorro en tiempo, y llegamos a Rascafría, lloviendo ya desde La Cabrera. Paramos en el Monasterio de El Paular, a tomar algo y charlar un rato, para decidir que hacer a ver si dejaba de llover. Pero al salir estaba nevando con mucha fuerza. Por lo que decidimos comer en Rascafría y esperar.
La comida fue muy buena, aunque cara ("Croquetas de trufa con foie y cebolla caramelizada" suena y sabe muy bien, pero no presagia nada bueno para la cartera), y durante toda la comida la climatología no hizo sino empeorar. Hasta el punto de que el paso lógico para ir a Segovia, atravesando el Puerto de Navacerrada, quedó cerrado para vehículos sin cadenas. Ni plan A, ni plan B, ni plan de ningún tipo.
Así que, tras la dolorosa, decidimos bajar hacia Madrid y ver si nos íbamos a los bolos o al cine, porque era evidente que la excursión había muerto bajo la nieve que empezaba a cuajar en las lindes de la carretera.

Pero es que al llegar a Madrid y bajar de los coches para intentar ponernos de acuerdo, empezó a granizarnos encima, con lo que dimos por hecho la conjuración del Destino en nuestra contra, y nos rendimos ante la evidencia de que en Semana Santa es mejor no hacer ningún tipo de planes.
Y regresé a casa mucho más pobre y más cansado, y con una extraña sensación de derrota.



Ahora, cuando pienso en lo que he hecho estas minivacaciones de Semana Santa, me sabe a desaprovechado y me queda un regusto de fracaso de lo más desagradable.
Y es por eso por lo que, aunque tengo unos planes estupendos para vacaciones, no pienso compartirlos con nadie, no sea que ese Fatum maligno convierta mis sueños en fuegos fatuos y todo quede en humo.

Que empiezo a sospechar que existe cierta relación entre el cambio climático y el aumento de mis capacidades económicas para planear vacaciones con cierta enjundia...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como siempre digo, en agosto y Semana Santa donde mejor se está es en Madrid...