lunes, 25 de mayo de 2009

Psssssssssss...

¿Os ha pasado alguna vez que estáis casi meándoos y llegáis al baño a la carrera?
Bueno, pues confieso que yo, a veces, cuando me encuentro en esa situación y estoy en un lugar en el que tengo confianza, como mi humilde hogar por ejemplo, tengo la costumbre de desabrocharme la cremallera según voy llegando.

El caso es que el otro día, sin darme cuenta, lo hice en el trabajo. Para cuando abrí la puerta del baño, ya me había desabrochado la cremallera y se podían ver mis estupendos calzoncillos al otro lado del pantalón. Genial. Y cuando me metí en el retrete caí en la cuenta de lo que acababa de hacer, y me puse a pensar hasta que punto podía haber metido la pata.

A ver, para que os hagáis una idea, en mi oficina el cuarto de baño queda al lado de lo que llamamos "el office", una especie de cocina donde se dejan al principio de la mañana la bollería y los bocadillos con los que alimentan nuestras ganas de trabajar. Y donde, además, se encuentran un fregadero, la nevera, el microondas, la máquina de las bebidas y la despensa donde quedan las galletas y otros comestibles. Es decir, posiblemente el lugar más frecuentado de toda la planta, por encima de los propios puestos de trabajo en algunos casos.
Y no es que me la saque y haga el helicóptero, claro, pero lo cierto es que bajarse la cremallera antes de entrar al cuarto de baño en un sitio que queda justo a la entrada del office es arriesgarse a ser descubierto en una situación bastante difícil de explicar...


No solo eso, tuve la suerte de que en el baño no había nadie, porque bien podría haber ocurrido que hubiera un par de tranquilos meandantes que hubieran podido ver en mi acto una provocación nada deseable. Y si alguno de aquellos hubiera sido mi jefe, o el jefe de mi jefe, que sé yo, ya no lo hubiese arreglado ni con la mejor verborrea de Jorge Valdano.
Por suerte no tenemos un baño compartido como tenían en Ally McBeal o incluso podrían haberme acusado de acoso...

Así que estoy ahora en profundo replanteamiento de hábitos preorinatorios, pues no solo son seguramente algo impúdicos y no del todo higiénicos, sino que cualquier día de estos me van a acabar llevando a una situación de más ardua explicación que la que afrontó el pobre Wilt para explicar que era exactamente lo que había arrojado al agujero de la obra de su instituto (si no habéis leído "Wilt", de Tom Sharpe, deberíais hacerlo).
A ver si no vuelvo a meter la pata.
Ni la mano en la cremallera...

(Por cierto, no tiene nada que ver... bueno, no mucho, pero buscando imágenes para alimentar este post me he encontrado con lo siguiente. Me ha podido el morbo, lo siento.
Solo para estómagos fuertes, sobre todo las imágenes linkadas)

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